lunes, 14 de enero de 2013

La inercia de las legumbres

Se escapa despavorido el quicio de la puerta


Me huyo a base de imágenes, ayúdame Papaíto. Hazme libre, haz de mi amor una cuerda de marfil ajustada al cuello. Haz que me sobre la luna. Dibújame unas manos sobre mis manos, una boca sobre mi ombligo y haz que me hieda el pelo a prepucio. 

de verdad de verdad de verdad de verdad de verdad de verdad 

Espera, Papi, ahora mi anatomía (te estoy guiando): 

me enternece de una forma insoportable , y lo hago explícito porque Mi diente bizco es Mi diente bizco, y lo he conocido y me enternece el modo como se retuerce para mirar mi espacio bucofaríngeo, como diciendo "hola vida, aquí llego" Mi diente bizco es un niño moribundo condenado a un eterno mirar en perspectiva. La paradoja del infante ¿no?. La mirada del verdugo sin riñones.  Mi diente bizco es un gurú acatarrado.  Mi diente bizco es un diente, claro, claro que es un diente, pero si te fijas bien tiene cara de vieja asustada. Mi diente bizco tiene delirios de figura antropomórfica. Mi diente bizco es un grillo que canta de manera torpe. 

Me he quedado huérfana de quicio de la puerta. 
Y esta ausencia camina rauda, estimulada por la cinética de la lenteja. 

Añado, el vidente de la flor en la piedra se ha quedado mudo. 
¿Qué canto yo ahora?