El espacio que ocupamos nos alcanza y nos agarra los tobillos. Yo me
vendo los ojos, me los vendo, me los vendo, me los vendo a precio de guisante murciano.
Mis ojos no valen más y quizás valen menos.
Estoy ciega mientras el espacio que ocupamos nos engulle. Y
el espacio que ocupamos me paraliza los órganos, pero el corazón late despacio
a ritmo de lluvia, me muevo interpelando al mar.
Te amo tanto, compañero, que mientras el espacio que ocupamos nos
engulle, te prometo cosas.
Te prometo psicodelia y una desesperanza que va mucho más allá de lo
palpable, una tristeza arraigada en las vísceras. Te prometo una languidez extrema,
unas creencias hiperlaxas y un ombligo incandescente. Te prometo rabia en el
empeine de los pies y una retahíla absurda de preguntas retóricas.
Te prometo creerte. Yo me creo
las cosas de verdad, las cosas que están modeladas con sudor y con elementos
tóxicos, me creo las funerarias y los ejes de las ruedas.
Te prometo el pan más básico: la tierra húmeda de entre los muslos, el
olor a susto, el sabor de un meñique. Te prometo una euforia dolorosa y un equilibrio
tenso: un baúl repleto de papel de carbón.
El espacio que ocupamos se inmiscuye en mis promesas, te prometo el
cansancio de los campos de girasoles. Te prometo miedo, pero te lo prometo con
toda la vehemencia que me permite mi piel, te lo prometo siendo inmensa y
siendo ínfima.
Mi mayor desgracia es que seré y mataré al cielo.