lunes, 14 de noviembre de 2011

la ceguera es rimbombante



Veo un sello que nace de una acacia
y  unas papilas gustativas deformadas de tanto chupar sobres:
“mi más sentido pésame a la octava maravilla”.
Veo mi sangre ninguneada por una ardilla ¿te lo puedes creer? Mi sangre rebajada a mero espesor granate, mi sangre sin perspectivas de oxigenarse, de atar plaquetas con plaquetas y salir disparada de mi esternón en forma de chorro dirección a Saturno.
Me pinto las venas de un color salado y me hago preguntas:
“he aquí mi honradez , las ganas a partes iguales de ser devota y  devorada.
Desearía confesar cosas y desencajarme la mandíbula, ir desnuda y dignificar el temblor de la luna en el agua”.
Veo el lenguaje zigzagueante recorriendo las cabezas de mis prójimos
y un elemento extraño que entorpece el camino:
“un perfecto cuadrado que supura besos”
 Me concibo a mí misma como un cáliz derramando miel a borbotones.
Veo mis ojos mirando y la dimensión adquiere un significado ligeramente inquietante:
“dos organicidades peleando sobre un colchón y el ritmo constante de las pieles respirándose”
he aquí mi perdón, mis pretensiones de no ser perdonada. 








martes, 1 de noviembre de 2011

alegoría del útero


La rabia se consume con saltos de aquí a la osa mayor, con puñetazos indefinidos, fingir terror cuando se siente asco, viceversa a veces, tragarse el humo de los detractores y vomitarlo en forma de amor por los cuatro costados.

Bailar al son de la metralla y darle patadas al suelo, destrozando las punteras de los zapatos y comprender que nunca nos acodaremos de nada que no hayamos respirado, persuadir el lomo
y rascarse las costras de los codos, clavar las rodillas en el suelo y exigir perdón. Que nos pida perdón el tedio de haber nacido viejos y la certeza de que la muerte es un invento moderno.   

No entiendo el idioma de los verbos conjugados.   Señor, un cuerpo es santo cuando está excitado. Y ya está.

La rabia se consume llorando la vida por los poros 




la impura verdad

Los destinos de cada recorrido de los dedos son punzantes:  
de la cara al menisco,
del menisco al centro de la tierra,
y luego retorno a la cara,
en un acto de humildad planetaria.

Posteriormente el dedo se convierte
en un ente con cara, ojos y ganas;
fluctúan las respiraciones en un microclima
limitado por nariz y boca
y en la pelvis, miles de criaturas vivas
convulsionan en una danza arcaica.

En el umbral de los umbrales,
en el preámbulo de la santificación de los huesos:
la melodía de un fagot nos arranca el verbo del paladar,
por supuesto el verbo muere fuera de su hábitat,
pero está bien;
Yo lo apruebo porque me gusta
este luto honrado
y la desfachatez del velo negro cayendo por los hombros.
La cáscara temblorosa se quiebra y del huevo sale un oso:
Esto es vivir