viernes, 11 de abril de 2014

Los lugares comunes y una lágrima mórbida y yerma.

Me mató el puma. Solo  tengo recuerdos y estoy indefensa antes las gacelas gigantes de mi alrededor. Gacelas de ojos azules con colmillos largos, bellas y perversas. Giran y giran y chupan mi energía y yo no puedo huír. Estoy empapada de lluvia pegajosa y, sin embargo, el cielo está despejado. ¿Cómo es posible que viva anclada a tiempos tan breves? 

No siento amor hacia el mundo  estoy vacía, me abro en canal e imploro que entre el universo dentro de mí, que me salgan las estrellas por la boca y que el barro empañe mi columna vertebral. Que vengan las nubes en pelotón y que me crucifiquen. Que se me clave un trueno en el mismo corazón. Que toda la tierra del mundo, donde nacen las patatas y se pudren los muertos, invada mi cerebro y se cuele por las rendijas de mis ojos. 

No siento amor hacia nada. Solo un afecto leve por los cuerpos cotidianos. Estoy llena de rencor como un pajarraco sucio.

Si no me han tratado bien es porque no me lo merezco. Aspiro a ser algo entero, no sé el qué, pero no quiero existir a trozos, aspiro a estar compuesta de un solo ladrillo, maleable con las brisas. 

Me mató el grillo al que le chirriaban las cuerdas. Vuelo hasta Cabo Verde y vuelvo y nada ha cambiado. 

Es increíble el fenómeno por el cual lo ajeno se convierte en algo más propio que la sangre.