miércoles, 6 de agosto de 2014

La uretra que ficciona


¿he elegido bien?
¿estoy perdida?
¿soy feliz?
¿estoy viva?

y todas esas preguntas que nos han enseñado a preguntarnos desde que hemos nacido giran alrededor de mi cabeza como si fueran pajaritos. Y yo intuyo. Pero yo intuyo que no son esas preguntas las que me hago en realidad. Intuyo que alguien ha intercambiado los significantes y los significados de estas cuestiones. Alguien ha mezclado las letras  y el fondo. Alguien ha deconstruido mis interrogantes vitales y por eso giro desorientada en la boya del lago más profundo de mí misma.

¿qué me estoy preguntado?



Me han enseñado a catalogar mis emociones como si fuesen una colección de mariposas. Tengo rabia. Tristeza. Angustia. Soy feliz. Tengo miedo. Mierda. No entiendo nada. Se me han traspapelado los nombres.
Estoy influida por la cultura popular y soy incapaz de expresarme puramente. En estado primitivo. Estoy contaminada por los cuentos, por la música, por el cine que he visto. Quiero filtrar el contenido de mis pensamientos. 

Escribo mal. No sé explicarme mejor. Y esta mierda que tengo dentro es tan real. ¿Cómo la puedo ficcionar para aliviarme? 

Las decisiones que he tomado han ido ligadas al disfrute. He elegido el camino hedonista para insuflarle vida a mi vida. Soy tan hija de mi siglo. 
He elegido la acumulación de experiencias como método para llegar a la muerte tranquila y sin remordimientos. He elegido fingir que vivo mientras no me muero. He asociado vida a movimiento vertiginoso, a actividad constante, a dirección ininterrumpida. Y sin embargo... joder. Sin embargo. Sin embargo cuando realmente he sentido gratitud por existir, cuando realmente he sentido una calidez tan grande que se me desbordaba del pecho, estaba quieta. Quieta. Respirando quieta. Abrazando a otro ser humano encima de una cama o cerrando los ojos en el regazo de alguien. Quieta, respirando. 

Cada vez que me hago mayor me vuelvo más sincera y menos esteticista. Mis más estéticas disculpas.