lunes, 3 de marzo de 2014

La pura verdad explicada a un extranjero patrio.


Había una especie de hombre que me provocaba ganas de vomitar y otras muchas cosas. Entre ellas, la intuición de mil noches de droga y de caricias que no pertenecen a nadie. 
He sentido la excitación del peligro como un soplo muy caliente en la nuca y me he dejado llevar un par de veces. 
Añoro tanto la libertad de la madrugada que dura una vida entera, los huesos flotando y llorando en las nubes con la clarividencia de una piel curtida. 
Dame peligro, extranjero, te lo pido desde esta cárcel de paz. Dame de tu medicina universal.
Haz que me sienta en comunión con mi carcasa. 
Redirige mi rabia hacia la lucha. Hacia una causa. Dame un motivo. Haz de mi ira una canción.
Extranjero, hoy te añoro como si te conociese íntimamente. Como si en vez de unas pocas, hubiesen sido infinitas las noches de gasolina gratis. 
Te extraño, extranjero. Evoco tu caballerosidad absurda en el contexto de las cuevas que nos refugiaban. Las cuevas que acogían nuestras ganas de atragantarnos con la existencia.
Opino que nosotros, en esa embriaguez, dábamos más sentido a nuestra vida que una monja de clausura. A nuestra manera éramos los guías espirituales de nosotros mismos. 

También teníamos tiempo para la alta cultura. El blues de  los blancos. La literatura de rusos borrachos. Eric Burdon. Borges. El Ballantines. Nosotros habíamos leído, teníamos los argumentos suficientes para sentirnos dignos. 

Extranjero.
No he podido darte amor
No sé. Espera. Mentira. No sé. Dudo. 
Nos hemos dado amor, en cierta manera. Un amor tierno y perverso y libre y maniatado. Una reciprocidad casi pactada. Un pequeño amor que nos ha construido, un pequeño amor que nos ha dado consuelo cuando otros nos lo habían arrebatado. Me has hecho sentir bella y yo te he hecho sentir revolucionario. Te he hecho sentir que cambiarías el mundo. Tú y tu voz ronca.

Quiero que vuelvas un rato, extranjero. Quiero hablarte de mí y quiero que entiendas que amo a un príncipe compuesto de flores y de centeno. Quiero compartir contigo la plenitud de mi alma cuando él me llama guapa. Quiero contarte secretos. Secretos nuestros y de nadie más. 

Extranjero, añoro nuestras caras dormiditas de niños malos y felices. Quiero un millón de últimas noches. 
Sálvame de la certeza.