domingo, 28 de noviembre de 2010

Lo que retumba es la dicción y lo que duele son los puñales en la carne


Me absorbe la cuarta dimensión, el vacío sofocante que me traga
en su inmensa masa de color indefinido, matizado por estas velas,
más estos velos, que me aprietan los labios y me cubren las frentes altas
y las ideas bajas, y los impulsos de revolcarnos en la suciedad
y tirarme por los suelos como hiena desesperada, moribunda en su amatoria.
Sin embargo todo este sopor, estas ganas de vivir, se reducen a miga de pan
por culpa del interrogante existencial, en forma de hoz [con delirios de guadaña,
compañera de la muerte.]

Pero antes, hace muchas menstruaciones,

yo tenía un Dios y dos estrellas circundadas, a modo de satélites, 
cubriéndome las espaldas, deshollinándome las sienes, sacándome las entrañas
y dejándolas ventilar en el balcón. Entre gemido y gemido, con aires de canto gregoriano,
yo sopesaba los arañazos en una espalda ajena, que no lejana, en una espalda
vieja, que no vejada, en una espalda férrea, que no aferrada.

martes, 23 de noviembre de 2010

Un pequeño inciso

En esta noche, a estas alturas, yo me confieso, me pido perdón. Me despojo del ego, del hedor de mis circunstancias, de los placeres pasados y los lloros futuros. Recorro con los dedos cada pelo enquistado, cada trozo de carne. Me presento a mi misma, querida Paula ¿eres tú? Sí, sí, soy yo. Todos mis recuerdos me aprietan la mano cariñosamente y van saliendo poco a poco, en procesión, hacía el Mundo. Humildemente dono mis recuerdos a la atmosfera e invito a mis miedos a cenar, de tú a tú, en este sagrado lugar que llaman alma. Escucho el calor que desprenden los cuerpos y dialogo con él, y me nutro con él, y así es como el lodo se purifica solo. Y se hace lejano el lenguaje de los porcentajes, los fonemas y la informática. Lejano pero presente, como un viejo amigo que nos ha visto en pijama.
Respiro y ahora, en esta noche, a estas alturas, soy por fin, libre.

Resumiendo:

La profunda vida de un guisante y su mascota, la mascota y su guisante, el primer desliz de la tía del guisante y su mascota, un cúmulo de piernas calladas y su sangre caliente cayendo gota a gota por los grifos de la ciudad. Mi terror son las manzanas, los domingos, los poros del tamaño de ballenas por los que se escapa la vida. Conozco perfectamente a sus hijos, a sus padres, a los pliegues de sus codos, a sus perversiones ciclotímicas, me sé de memoria la austeridad de sus uñas, el cosquilleo permanente en la planta de los pies. Yo soy yo y otras cosas. 

domingo, 14 de noviembre de 2010

Malus domestica

No hablo otro dialecto que el de los dedos, el lenguaje de la saliva, las sombras y la cerveza.
No tengo otra partida de nacimiento que esa mancha en el tobillo. Es evidente y es macabra.
Luthier y catalán a partes iguales: por cada represión un tumor, por cada chasquido cincuenta calorías perdidas en un vaso de agua,
por cada noche a la intemperie tres sarpullidos, por cada matiz cincomil gamas.

y la gente sigue comiéndose manzanas verdes mientras camina por la calle
y es tan elegante
y tan saludable 
que me da asco. Odio las manzanas, con toda la fuerza que mis sienes me permiten,
son el tedio manzificado, el horror hecho fruta, la muerte es la manzana. La perdición
pasiva del populacho.

Si Dios es dios, también sufrirá



Si me concentro puedo ver un corte transversal del cuerpo que tengo delante.
Me miras con deseo legañoso, con lascivia primitiva. y en el reflejo de tus ojos veo mi hígado que arde de pena, supura en su propio jugo. Fermentar y vivir, Platón o morir.
(Para arrancar la carne de los huesos, temblar de lujuria). Estás clavado en mi garganta desde antes de que el tiempo sucumbiese al reloj.
A la vez, desde el balcón se intuye el paisaje en equilibrio febril, el nuevo siglo se nos echa encima y los señores cantan copla en la calle. Ajenos al dolor de mis venas que no soportan la sangre palpitante, la velocidad inquisidora del flujo rubicundo y estas uñas agonizantes. Y de fondo la música de los años viejos, la banda sonora de las mentiras que parecen verdades.
No parpadeo por miedo a que te diluyas, y en el intento me quedo sin ojos, se derriten porque son ojos mediocres. Mis insolentes ojos no han comprendido que si los cierro te ahogarás en la oscuridad.
No hay peor dolor que la consciencia de saber que alguien en algún lugar del mundo se está olvidando de mis clavículas. Del contorno de mis pechos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Son fantásticos los miedos pueriles

Alguien está estirando los pellejos de mis pulmones hacía abajo y no es que me queje, me gusta que mi corazón lata y que mis riñones filtren mi sangre, me gusta pesar menos en la luna que en la tierra y me gusta que la velocidad sea igual a distancia partido tiempo. De verdad que todo esto me gusta y no es por ello que me quejo.
Pero a veces algo pasa y todo se desestabiliza, y entonces es la velocidad lo que empieza a latir, mis riñones filtran la luna y la tierra pesa sobre mi corazón y el tiempo es igual a distancia partido sangre.
Soy y por ello padezco, esto es así, no hay más, una ley infranqueable que siempre ha estado escrita en una lenteja y traducida a garbanzos, habas y demás criaturas. Un trozo de verdad acolchado que está ahí, que flota en el subsuelo entre musgo, cigarros y borradores de epitafios de gente que aún no ha muerto [porque todavía no ha nacido] 
Otras veces nos azota la sencillez de la vida con sus siete dedos largos y sus cinco uñas ciegas, y es dulce, tan dulce que nuestros pensamientos se vuelven agua y nuestro agua se vuelve vino. Otras veces ocurren milagritos, pinceladas deliciosas y la veo a ella. Tan soez como la muerte misma, esa nariz marciana me mira con desdén eufórico, con la pasión enfurecida de los rezos enquistados. Esto es. Ella es. La solemnidad de una flatulencia espiritual que hace vibrar el alma. Una mujer sumamente fea me sujeta la puerta y me sonríe. Le faltan tres dientes y yo me acabo de enamorar.





martes, 2 de noviembre de 2010

Los verbos tienen persona, número, tiempo y alma

Yo brindo,
por la estética arriesgada de la anatomía humana,
con esas nalgas en los surcos, con esa cara en esos ojos,
con esos dedos en las uñas, con esa tripa en el ombligo.

Yo brindo porque
en la cazuela, amigo, cabe el mundo.

Me gustaría poder quitarme los ojos
para dejarlos ventilar sobre la mesa.
Desinfectar mis cuencas con aceite de cecina,
y entonces, mirar.