domingo, 14 de noviembre de 2010

Si Dios es dios, también sufrirá



Si me concentro puedo ver un corte transversal del cuerpo que tengo delante.
Me miras con deseo legañoso, con lascivia primitiva. y en el reflejo de tus ojos veo mi hígado que arde de pena, supura en su propio jugo. Fermentar y vivir, Platón o morir.
(Para arrancar la carne de los huesos, temblar de lujuria). Estás clavado en mi garganta desde antes de que el tiempo sucumbiese al reloj.
A la vez, desde el balcón se intuye el paisaje en equilibrio febril, el nuevo siglo se nos echa encima y los señores cantan copla en la calle. Ajenos al dolor de mis venas que no soportan la sangre palpitante, la velocidad inquisidora del flujo rubicundo y estas uñas agonizantes. Y de fondo la música de los años viejos, la banda sonora de las mentiras que parecen verdades.
No parpadeo por miedo a que te diluyas, y en el intento me quedo sin ojos, se derriten porque son ojos mediocres. Mis insolentes ojos no han comprendido que si los cierro te ahogarás en la oscuridad.
No hay peor dolor que la consciencia de saber que alguien en algún lugar del mundo se está olvidando de mis clavículas. Del contorno de mis pechos.

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