domingo, 28 de noviembre de 2010

Lo que retumba es la dicción y lo que duele son los puñales en la carne


Me absorbe la cuarta dimensión, el vacío sofocante que me traga
en su inmensa masa de color indefinido, matizado por estas velas,
más estos velos, que me aprietan los labios y me cubren las frentes altas
y las ideas bajas, y los impulsos de revolcarnos en la suciedad
y tirarme por los suelos como hiena desesperada, moribunda en su amatoria.
Sin embargo todo este sopor, estas ganas de vivir, se reducen a miga de pan
por culpa del interrogante existencial, en forma de hoz [con delirios de guadaña,
compañera de la muerte.]

Pero antes, hace muchas menstruaciones,

yo tenía un Dios y dos estrellas circundadas, a modo de satélites, 
cubriéndome las espaldas, deshollinándome las sienes, sacándome las entrañas
y dejándolas ventilar en el balcón. Entre gemido y gemido, con aires de canto gregoriano,
yo sopesaba los arañazos en una espalda ajena, que no lejana, en una espalda
vieja, que no vejada, en una espalda férrea, que no aferrada.

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