miércoles, 10 de julio de 2013

El camino escrupuloso de mí misma

Me juzgo, me muerdo, me arranco los pelos de las cejas. Se me cae el hígado al suelo. Me siento volar junto a los muertos de mis ancentros, es decir, muertos muy vetustos, muertos muertos de rabia de estar enjaulados en una oleosa vida eterna.
Bailo, bailo tanto, mi cuerpo baila y es conmovedor ver como se mueve un cuerpo. Noto que mis tripas gritan vida y la rabia me quema el centro de mi gravedad. Las bocanadas de aire son como espuma de perro rabioso. Quiero morirme en el mar. Quiero ahogarme con el dolor que me nace del cráneo y me crucifica en forma de mariposa.
Amo, odio y me consumo.
Mis rótulas.
Mis tibias se mueren de tedio entre tanto amor empedernido.
Entre tanto harapo.
Entre tanto CÚMULO.
Soy un cúmulo de cosas simples. Soy un aluvión de preguntas. ¿No lo ves? ¿NO LO VES?
La rabia es el motor de mi amor.

Mis clavículas se van volando:
-No, no os vayáis, hermanas.
Sois mis marcas de mujer-.

Esta magnitud. La vida infinita que se me acumula en los ojos y la lloro, se me desborda en el pecho y se aposenta en mis costillas pero también se va volando como un cuco verde.

Tengo la vida en los pies, gracias cielo, gracias dios que me enseñaron, gracias por este dolor, esta euforia de dolor, estas ganas de llorar, de dar puñetazos al mundo, de restregar mi vagina contra Dios, contra todos los elementos vivos, gracias por este recipiente en el que vivo. Este recipiente en el que siento, este recipiente que me permite lamer y tocar y morirme.
Gracias, gracias, gracias.
Me siento y eso ya es mucho, eso ya es todo. Anduve, ando, anduve, duvi, du.