Los destinos de cada recorrido de los dedos son punzantes:
de la cara al menisco,
del menisco al centro de la tierra,
y luego retorno a la cara,
en un acto de humildad planetaria.
Posteriormente el dedo se convierte
en un ente con cara, ojos y ganas;
fluctúan las respiraciones en un microclima
limitado por nariz y boca
y en la pelvis, miles de criaturas vivas
convulsionan en una danza arcaica.
En el umbral de los umbrales,
en el preámbulo de la santificación de los huesos:
la melodía de un fagot nos arranca el verbo del paladar,
por supuesto el verbo muere fuera de su hábitat,
pero está bien;
Yo lo apruebo porque me gusta
este luto honrado
y la desfachatez del velo negro cayendo por los hombros.
La cáscara temblorosa se quiebra y del huevo sale un oso:
Esto es vivir
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