martes, 4 de septiembre de 2012

Una madeja gorda que rueda sumamente acomplejada y canta: “transportar la lluvia en Me reafirmo las angustias”


He visto los cerebros de mis compañeros y me he quedado sorprendida, cuánta genialidad desaprovechada. Tenemos los mismos miedos, los mismos vicios, la misma cara fría, el mismo termómetro en el pecho. Somos crueles, pero somos buenos en la medida que somos cobardes. No tenemos hambre ni señor. Pero sufrimos de gula por otras pieles.
Nos protegemos mutuamente para saciar la culpa. Y la vergüenza de ser mediocres. Tenemos el culo suave y carcomido.
Construimos un ego colectivo, miserable y grotesco como una teta botando.
Somos criaturitas entrañables. Somos nuestros padres y nuestros hijos. Somos el esplendor de la memoria futura.
Tiramos nuestra vida por la borda intentando no tirar nuestra vida por la borda. Es conmovedor vernos procurar reír a carcajadas.

Tejemos los antecedentes y los consecuentes de todos nuestros actos en un intento de solidificar los gases. También fingimos no hacerlo. Las moscas nos rehúyen y los lugares comunes nos apestan a acetona.

Notar las piernas calientes es un logro, de hecho, es un logro notar sencillamente las dos piernas, ser consciente de esos dos salientes curvilíneos, esos bultos alargados que estorban a la hora de abrazarse. El cuerpo entero estorba al abrazarse. Para abrazar sinceramente es necesario mantener una cierta distancia.

La piel sobra en el abrazo.
Realmente me preocupa la imposibilidad de llegar hasta la carne.
Por ello, hay ciertas cosas a las que recurro siempre que necesito toser sin abrir la boca.

Ahora estaba hablando de mí, compañeros. Permitidme la ordinariez, por favor.
Más que desear soportar la vida, deseo que la vida nos soporte.

Un saludo, compañeros.

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