En la fiesta de las luces rojas
hay una máquina para quebrantar los huesos
y una masa de gente
hay una máquina para quebrantar los huesos
y una masa de gente
con la cabeza demasiado
externa, tan fisiológica, empeñada
en ser cerebro, la cual enumera principios
como si fuesen patatas.
El corazón se vuelve embarazoso y
los labios se sorprenden empapados en un licor infernal que recorre la garganta disolviendo
la angustia que se aferra a las cuerdas vocales, y continúa su abrasadora comparsa hasta llegar al dedo meñique de la mano izquierda. Y allí se posa, esperando la fiesta del té, en la cual el aire se vuelve cosa,
como si el amor fuese decible.
Qué barbaridad.
Y la masa de gente se pregunta que
cuánto duele doler en tiempo muerto
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