viernes, 9 de diciembre de 2011

como si el destello de unas manos sacándose los ojos fuese imaginable.


En la fiesta de las luces rojas
hay una máquina para quebrantar los huesos
y una masa de gente 

con la cabeza demasiado 
externa, tan fisiológica, empeñada
en ser cerebro, la cual enumera principios 
como si fuesen patatas.

El corazón se vuelve embarazoso y 

los labios se sorprenden empapados en un licor infernal que recorre la garganta disolviendo
la angustia que se aferra a las cuerdas vocales, y continúa su abrasadora comparsa hasta llegar al dedo meñique de la mano izquierda. Y allí se posa, esperando la fiesta del té, en la cual el aire se vuelve cosa, 
como si el amor fuese decible. 

Qué barbaridad. 


Y la masa de gente se pregunta que
cuánto duele doler en tiempo muerto



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