jueves, 19 de julio de 2012

un poco el mesías

Y así es como llega el cielo, envuelto en papel de periódico. Un cielo caducado alejado de misticismos y teoremas, un cielo sosegado. Un cielo tibio de andar por casa, un cielo anciano y limítrofe y angustiado. Un cielo chorreante e indoloro. Un cielo que imita a un corazón de vaca recién extirpado.  Regocijado en su materialidad. 
Pero, espera, no hablo del cielo de arriba, no el cielo rey, la corona de espejismos azules. Dios me libre. No, qué va. No hablo del cielo que nos aplasta, donde espera la lluvia. No hablo del cielo de tortícolis, en ningún caso hablo del cielo de ojos bizcos.                                                        
Hablo del cielo de la entraña, ese cielo como código de barras 


El lenguaje no me sirve. Perdón. Al lenguaje no le sirvo. 


Me abrieron el cerebro como una naranja y justo en el hipotálamo metieron el cielo. Me abrieron el cerebro y doy gracias. El cielo me evoca potaje, aunque en mi vida haya tolerado el potaje.  


Y así es como llega ese cielo, envuelto en papel de periódico. Llaman a la puerta y ahí está, hermoso. Es el cielo envuelto en papel como un corazón de vaca, como un trozo de algo vivo. Ese cielo que reposa en el felpudo es la certeza de por sí, la certeza en sí misma, la certeza por antonomasia. Es un cielo intrínsecamente cierto sin necesidad de referencia alguna. Un cielo sin antítesis, sin punto de apoyo. Un cielo expósito de vínculos. 


La lengua sufre espasmos de excitación. La lengua se arrodilla ante el felpudo, ante el corazón de vaca, ante la Verdad misma. 

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