domingo, 20 de octubre de 2013

Ética de la buena educación

He amado con cada célula, he lamido a mis crías sin haberlas siquiera concebido.
Por ello: me desnudo ante la luna. Le entrego mi cuerpo bello y joven: mis pechos desiguales pero grandes, redondos y tersísimos. Le entrego mis finas y pálidas muñecas. Porque he amado y puedo.
Y las palabras me salen a trompicones como carcajadas de aire, como respirar a tropezones. 
He amado y me siento poderosa. 
Soy grande, soy enorme, ocupo la existencia con un solo pelo. 
Soy un león con una melena roja. 
Soy un toro temible. 
Mis ovarios tienen forma de corazón de roca. 
Bajo mi caja torácica vive mi fortaleza tan dura como la piel de un cocodrilo. Estas ganas de vivir, este cuerpo hermoso que me han dado mis tatarabuelos. Esta vida eterna que me ha sido otorgada.
Mis vísceras son de acero blando porque son fuertes, invencibles, pero maleables. 
Estas lágrimas que hoy me dibujan surcos en la cara, son mi carrerilla para llegar lejos. 
Mis lágrimas son las gacelas que me llevarán al sol.
Mi dolor, que ahora es un cuchillo que me atraviesa la garganta, será un trampolín hacia la euforia de vivir, hacia el placer de mover las piernas al ritmo de la música. 
Este amor que me ha desbordado. Este dolor que me aprieta los órganos. 
Este amor y este dolor son solo míos. Míos. De mis manos, de mis pies, de mi hígado inflado. Míos. 

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