martes, 4 de febrero de 2014

El loquero y los ciervos cojos

Miro alrededor y veo personitas a medio hacer que sufren mucho. 
Están aquí porque no aguantan el peso de vivir y porque alguna vez han deseado morirse partidas por un rayo.
Yo estoy aquí porque grito sangre cada vez que algo me duele, me retuerzo cuando río. Mi euforia se articula mediante una angustia eterna que se almacena entre mis pulmones. Mi tristeza está constituida por una asamblea de saltamontes ancianos al borde de un acantilado en llamas.
Los días pasan y yo me tomo esas drogas que me dan. Algunas me gustan porque me dejan el cuerpo liviano y la cabeza me pesa como si fuese de cemento y tengo la sensación de estar metida en un útero ajeno. Un útero que no es el de mi madre. Un útero de una madre de otra raza, muy lejana y muy antigua. 
Estoy tan triste que mis órganos sonríen vagamente, muy cansados, como dándole la razón a una fuerza mayor sobre un tema que se me escapa. 
Cada día noto menos el dolor de mis compañeros. Me hago inmune a sus lamentos doloridos, son como ciervos cojos que solo necesitan un poco de agua. Pero el agua no existe en nuestro mundo, es una quimera de eclipse de luna. 
Me muero de frío, dame, diosito de mi infancia, una manta de lunares térmicos. Hasta las flores me lloran, diosito de mi infancia. Hasta las flores me lloran. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario