martes, 13 de mayo de 2014

Esa vez. Creo que me mutilaron algo.

Aquí me escribo desde esta cárcel de fraternidad,
pegada a las paredes.
Hola Paula, ¿cómo andas?
Ando coja, gracias.
Ocupo toda la habitación como si fuese un gas tóxico muy sensible a los cambios de estación.

Me imagino volando como una trompeta, me refugio en la calidez de una voz rota, mis dedos van infinitamente más lentos que mi mente.

Soy enorme e ínfima
tengo tanto amor que dar, de verdad, lo juro. Pero ahora está escondido, con el culo apretado, en el fondo de mi saco estomacal.
No digo nada nuevo pero es tan cierta mi retahíla que la repito para que se convierta en farsa.


No me queda otra alternativa que vivir muy rápido y vivirlo todo,
aprovechar los momentos de tregua con esta herida crónica en los tejidos de mi espíritu
Y tengo recuerdos de la cotidianidad tranquila,
del tedio de cuando tenía siete años y rezaba todas las noches.


Tengo tantas ganas de llorarme la piel por los ojos y descargar este peso de existir.


Quiero ser un ente entero, sin fisuras. Solo con un par de ranuras en el lugar exacto para poder emocionarme con las flores.

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