martes, 29 de junio de 2010

cuernos expiatorios y otras teorías del fin



Cuanta vida borracha que se cae al fondo de la piscina, y se queda ahí al lado de Tritón.

Cuanta vida supurando, todas tenemos clítoris y muslos y miedo. Nuestros vómitos son intercambiables, nadie notaría la diferencia, somos lastimosos y vanidosos y perdedores. Somos indefinibles bajo un punto de vista divino. No queda tiempo para glorificar los penes disecados de mi buhardilla, para dibujarnos mentiras en las comisuras de los labios ni siquiera queda tiempo para perder el tiempo.

O sí. A lo mejor queda tantísimo tiempo que las horas se desbordan excitadas del reloj. ¿Qué es luz, qué es albino, qué es el tiempo? El tiempo es una exposición de genitales peleando como ratoncitos furiosos. ¿acaso el sexo no es arte? A causa, a efecto y como concepto la felicidad ajena me resulta vomitiva. Cuanta vida desangrándose por los poros de un híbrido de cerdo y de nunca. Me gusta la mediocridad corpórea y los intelectos almáticos. Me desdibujo a voluntad con mis bragas supersónicas que leen mentes. Hoy brindo por las almas de plástico no reciclable, y qué coño hoy brindo por mi y por mis súbditos y por mis nudillos. Me superpongo a mí misma, me coloco en un cosmos superior adquiriendo una visión panorámica de mi cuero cabelludo, de mi asco espiritual hacía todo lo espiritual. Me voy para nunca, para a veces, para ayer. Me voy para todos los siempres que caben en la palabra porcentaje.

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