domingo, 19 de junio de 2011

Mi existencia incondicional y ser, fielmente, ser.

Su todo y mi embriaguez es como un lagarto que llora a un nadie.  Concreto. Y traslúcido como semen en septiembre sin más consuelo que el de saberse estéril.
Y el flujo se expande como los pulmones  en las costillas y yo lo único que entiendo es que estoy borracha.
Acaso es más lúcida la perspectiva de un cigarro entre índice y anular porque yo me muero de pena y de hambre y a la vez de euforia. Es (¿soy?) una señorita de Avignon, la comptesa de Girona,  una ninfa enamorada del matiz perro de la vida. ¿Es esto? - Es esto la vida- me responde Dios, encarcelado entre las nubes, entres los subsuelos más huraños del infierno.
Aquí se encauzan los ríos de lágrimas, los niños pervertidos capaces de descapullar una flor. La voz tropical del corazón agazapado entre molinos, que por desgracia, son eso, sólo molinos, sin devaneos paranoides que adapten la realidad a la monomanía.          
Lo bello es más bello si es doloroso, una macabra regla de tres hecha norma inescrutable universal. ¿Quién ha ordenado el equilibrio, quién ha marcado lo que es cordura y lo que es delirio?
Tengo dos sencillas pretensiones en este teatro loco que es la vida. En primer lugar quiero tener los poros tan sensibles que al mínimo contacto se empapen de maldito éxtasis (que es muerte momentánea del cerebro sano) En segundo lugar quiero vomitar genialidades para descargar tensión dramática. Sátira de la sangre coagulada y pecado relativo.

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