sábado, 17 de abril de 2010

¿Tiene usted mi bazo?

Qué cosas.
Me arden las mejillas, los rizos se me ponen a la defensiva y los pezones se me erizan.
Indicios de que la eternidad hincha los tobillos y cierra los párpados.
Qué bien sudas, sudas bien. Sudas con ganas, con fuerza, con sustancia. Sudas y eres consciente de que estás sudando. Y yo te miro y me pierdo, me deslizo entre poros empapados de gotitas opacas. Tan saladas, tan consistentes que son opacas. Qué bien sudas, sudas queriendo y a voluntad propia. Qué maravilla, dios mío que maravilla. Yo quiero saciarme así con tu sudor en mis sienes, en mis uñas, en mi sacro. Sudas tantísimo, mi amor, tantísimo que te deshidratas. Y yo, yo lloro por no poder soportar tanta elegancia, porque el sudor es agua y es elegancia. Y así sin darnos cuenta llega un punto en el que ya no diferenciamos mis lágrimas de tu sudor. Nos invade un bacanal de fluidos tan confortable que ya podemos morir, porque nunca más encontraremos placer mayor. Sólo entonces, cuando lo veíamos todo perdido, empiezas a sudar sangre, sangre granate de esa que huele a gemido de perro. Y qué bello es verte así moribundo porque no te queda ningún líquido que retener, todo, todo lo has sudado. Se respira tantísima divinidad en el ambiente, eres puro, eres Arte Y no hay nada, mi amor, nada más efímero que el sudor, por eso te amo tanto mi amor, por eso te amo tanto.

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