Hoy te miro, compañero, y no pretendo más que eso. Mirar como si costase esfuerzo, mirar hasta quedar miope.
Discierno concienzudamente entre piel y huesos, los separo, clasifico y pongo nombres de lunares a tus poros
Abstraigo esa nariz redundante de sí misma, esa déspota nariz que gobierna tu anatomía como una emperatriz demasiado consentida.
Desdibujo las yemas de tus dedos, tus nudillos y tus uñas. Formo una masa compacta que me acuna y que me ahoga.
Destruyo tus rasgos y degenero la cadencia de tus movimientos,
naturalmente luego los reconstruyo y me muero de placer.
Te miro y me nutro de la luz de tu epidermis,
por fin he encontrado la paz entre tu rótula y tu fémur.
Te miro tanto y con tantas ganas que los ojos se me caen
y ruedan muchas veces,
tus cicatrices se embriagan con la melodía de mis ojos cayendo una y otra vez,
metódicos,
con su ardor cíclico,
lo recurrente nos hace sentirnos protegidos.
Entonces, mira cariño el reverso de las tinieblas, podríamos
encender una cerilla
o ponernos un calcetín en la cabeza
a modo de corona.
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