martes, 16 de marzo de 2010






Tener un idilio con todos los hombres, saborear lo insípido hasta que el paladar gima, que los ojos vomiten universos de bellezas caducas que se pudren por ser tan bellas. Que los poros de la piel no sean eso, sino bolas de billar estimulantes a otros poros y que éstos sean bolas de billar estimulantes a otros poros y así sucesivamente. Revolución en las entrañas que quieren salir por la boca mediante espasmos del espíritu. Porque es así. Porque está escrito. Que las notas musicales sean sangre derramada por no poder soportar el goce sublime de las olas del mar rozando los genitales del alma. Que el olor que no es uno, que son todos, abrace desesperado las grietas de la mente, y cure el tedio de las fosas nasales. Que la pasión se contagie por medio aéreo y que no sean las alas un privilegio de ángeles y aves. Las uvas se comen con el vientre e indignarse es tan indigno. Porque es así. Porque está escrito. Las sienes, haciendo el amor con índices ajenos, filosofean sobre la poesía del sudor. Que el presente, el pasado y el futuro se fusionen dentro de una taza de té de regaliz, bebámonos el mejunje resultantes antes de que él nos engulla a nosotros. Es lo que hay. Llorar el alma por los pies y resbalar con los despojos arcaicos del olvido. Es tan fácil, tan sencillo. Que las costillas tengan tacto para poder acariciar los pulmones y arañar la superficie del diafragma. Ahoguémonos tranquilamente entre las reminiscencias de algún híbrido de rosa. Que la muerte nos haga cosquillas en las rodillas y besos en los conductos excretores. Y que el tiempo se pare justo antes de que expiren las sinrazones y los desmotivos del corazón. De hecho que se pare incluso el orgasmo en el punto álgido estando así, condenados a un clímax eterno.

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