jueves, 4 de marzo de 2010



Y Layla. Layla se ha perdido. Retenido por los resquicios de todos los todavías, de todos los aúnes, llorando poesía, sudando poesía, cagando poesía. Porque él es así, nació así y no puede hacer nada por cambiarlo. Layla, mi Layla, te he querido tanto y todavía te huelo Layla, mi caprichosa nariz de burguesa espiritual te huele. Estas muy muy lejos Layla pero mi desquiciada nariz, mi juguetona nariz, mi pervertida nariz es capaz de olerte. Aunque te hubieses marchado con las estrellas subterráneas o te hubieses cubierto de toneladas y toneladas de heces de caballo, mi nariz sería perfectamente capaz de distinguir tu olor entre todos los olores del mundo, Layla. Este sobrehumano y selectivo olfato es uno de los muchos efectos secundarios que ha dejado tu saliva en mis muslos, Layla, mi loco Layla. Saliva venenosa la tuya. Mis insomnios son de tu propiedad, todos tuyos. Mis insomnios son tus hijos bastardos, los hijos bastardos de tu ausencia, no, que digo de tu ausencia, son el producto de los despojos de tu presencia, qué bien lo sabes Layla, que bien lo sabes. Te has marchado y yo sé que te has dejado tu corazón al lado de mi ovario izquierdo, pero no saldré a buscarte, no saldré a devolvértelo, estoy tan cansada Layla, tan cansada. Tan cansada que las alas me pesan horrores y no te diré lo que me pesan los rencores, porque te asustarías Layla, eres tan frágil, tan cobarde, que te asustarías. Y estás lejos, ya lo sé, pero a veces cuando el estrepitoso y constante murmullo del mundo se calla yo oigo tu voz obligándome a que me arrodille ante ti. Porque tu ego, tu narcisismo, tu auto-adoración siempre han sido mucho más grandes que tus testículos, Layla. Y mira qué tus testículos eran grandes, bueno menos cuando escuchabas cantar a Nina, o cuando yo me vestía de terciopelo rojo. Sólo entonces tus testículos se encogían de la emoción y se hacían casi invisibles, muy breves como un soplido. ¿Te acuerdas Layla, te acuerdas? Yo quiero recordarte así siempre, con tu meñique dentro de mi ombligo y con tus testículos pequeños, expectantes, agarrotados de la emoción. Que bello eras, Layla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario