domingo, 13 de diciembre de 2009

No grites Artaud.







La razón maldita
El amor maldito
El cuello maldito
La caricia maldita
Pero sobretodo
la razón maldita,
la maldita razón.
Mala combinación,
las razones, las maldades
y los arrabales.

Y es verdad que me enamoro
de cada corazón electrizante, etéreo,
sutil y perezoso de deseo.

Su yo actual.
Insustancial,
como el sudor que no huele,
que no invade las fosas nasales
que no marea y que no peca.
Conciencia limpia y también hueca.

Se parte en trocitos,
se disgrega.
Se rompe, pero vuela.
Que belleza,
cuando se siente con el alma,
y no con la cabeza.
Que belleza
cuando se superponen corazones
y las pieles son eternas.
Cuando la luna llora
y se abrazan las piernas.
Cuando duele el hígado
y enmudecen las lucernas.
Que belleza.

¿Quién me iba a decir a mí,
la reina de las obscenidades poéticas
que me quedaría sin palabras?
Son los efectos secundarios
de amar y morir, de morir y de amar.
Que al fin y al cabo son sinónimos,
que se llevan un poco mal.

Guardo mis sueños, tus sueños
en acordes de acordeón,
así no se pudren, no se rompen
ni molestan al corazón.
Sueños del derecho y sueños del revés
sueños puritanos, y sueños de amor cortés
Sueños de cama, sueños de suelo,
sueños de mar, sueños de cielo.
sueños de piña, sueños que bailan
sueños fogosos y sueños de hielo.
Y mientras sigan habiendo sueños,
seguirán existiendo París y Junín.

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