He tenido tres deslices este año, tres deslices reincidentes, me refiero. Un Jesucristo de los bajos fondos, un escritor hitleriano con acento andaluz y un pulcro abogado que sorbía el café con la nariz. El primero me lame los muslos con sublime delicadeza poética y luego me dice que la vida consiste en ir tirando. Mal fario, error de cálculos, apocalipsis. El segundo tenía un inquietante e irritante lunar en el párpado derecho que me miraba con rencor. Adiós man. El tercero, el más dolorido y no por consecuencia el más doloroso, hilvanaba mis sueños con sus desesperados sonidos guturales, y yo me lo creí. Sin comentarios.
Ahora, me dedico a reflexionar sobre la autopsia de mi yo del pasado, a colorear el autorretrato cubista de mi yo del futuro.
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