miércoles, 3 de febrero de 2010

Estos suspiros tienen vida propia.
Entran en manada en el cuerpo a través de la naricilla que manda continentes y esquinas enteras. Guardan en sus cestas de marfil del bueno, los proyectos de palabras que se abortaran a si mismas antes de nacer. Bailan entre las canciones abrazadas desesperadamente a los rebordes del cerebro. Hacen una parada de cortesía en el corazón, y calladamente lo calientan muy café con leche tibia. Sin azúcar. Tal y como han venido se marchan, escurridizos, recogiendo los despojos de alguna lágrima mal llorada. Y se van dignos y solubles, preparados para entrar en otra naricilla. Al final del día, vuelven agotados y tediosos a su casa después de ganarse el pan. Y mientras suben en el ascensor se miran atentamente en el espejo y piensan: -Me estoy empezando a quedar calvo
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