martes, 12 de octubre de 2010

Ese foniatra maquiavélico carente de aparato fonador pero con un buen sistema digestivo. Sufre de escoliosis.


Rezad por ese hombre. Ese hombre con una retirada a Quevedo y con la verborrea de un sapo triste en sus años mozos. Que me manipula el diafragma para provocarme el llanto. Que me agarra de los pelos para llevarme a la cama. Que me hace cosquillas para medir con su sonómetro la intensidad de mi risa. Risa enferma como agua de mayo en pleno agosto. Siguiendo las enseñanzas del no aprendizaje, el aprendizaje de la no enseñanza, llegaremos a la consecuencia sin haber pasado por la causa, probaremos los placeres efímeros del caldo de la abuela y otros remedios curativos contra la soledad. Moscas, yo os invoco. Para maldeciros, para echaros la culpa, no de mis males, sino de los males de mis alteres-egos.

Más tarde, más tarde la decadencia.

La decadencia esa tan temida por nuestra sangre, por nuestros ancestros que con sus rezos primitivos invocaban a la lluvia, a la tierra. Primero nos quedaremos secos por dentro , luego llegará la taxidermia por la cual nuestros cuerpos disecados flotarán sobre la ciudad. Nos manipularán el diafragma para provocarnos el llanto. Ahí bajo las costillas, dónde almacenamos cuidadosamente la angustia, la sangría y el chocolate. Y después la psicodelia, los divinos acordes de la vigesimoquinta sinfonía de Kaxytron Boissieu. Así es siempre, causa y consecuencia, en la definición nunca está lo definido, por este motivo el sentido de toda esta parafernalia es dolorosamente lógico. Como el amor, como las avellanas.

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