domingo, 17 de octubre de 2010

Túes y Yoes

Yo y mis demonios nos batimos a duelo, a muerte, sin la piedad que debería estar latente después de tantos años juntos. Me desgarran el hígado y disfrutan con mi muerte lenta, gozan locos y lo peor de todo es que su inocencia abyecta me conmueve. Pero algo pasa, algo se huele allá a lo lejos, ese olor a delirio embaucador, huele a batalla ganada, a  triunfo agónico. Entonces mis demonios y yo nos abrazamos, y lloran en mi regazo, y me piden perdón. Les cuento historias sobre lívidos encarceladas entre riñón y riñón, sobre tajos limpios en rodillas calvas. También les leo un par de recetas de cocina y un ensayo sobre los olmos. Después de esto, mis demonios han madurado, pero siguen siendo niños, bebés que se portan un poco mal porque necesitan amor. Entonces les doy un besito, los meto en la cama y mientras se les cierran los ojitos me juran fidelidad eterna.

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