Mi pseudónimo tiene nombre, apellido,
amor propio y manos duras.
Se ha casado con un poeta sordo-mudo
que teje en los entreactos
la manta sobre la cual forcejean
religiosamente sus genitales.
Si tuviese menos frío,
sobreviviría a la degeneración
de caricias esperpénticas,
pervirtiendo al tiempo.
Y dormiría en esa piel infranqueable,
en esa superficie de conejo de detrás de tus orejas.
Si tuviese menos sueño
mordería las patas de la cama
para desmitificar los dientes
y sus limitadas funcionalidades.
Y pintaría el suelo con el color del cielo,
ese tono indefinido que nos da quebraderos de cabeza.
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